Expertos de Fedea, BBVA y EY-Sagardoy detectan un agotamiento del empleo y de algunos de los efectos de la nueva normativa ocho meses después de su entrada en vigor.
Todas las reformas laborales atraviesan por tres fases: la de anticipación, en la que antes de aprobarse la nueva norma, los empresarios toman decisiones por lo que pueda venir; la de aplicación, una vez se aprueba la ley; y el periodo de estabilización. Así lo explica el investigador de Fedea experto en el funcionamiento de los mercados laborales, Florentino Felgueroso, quien ayer señalaba que el mercado español estaría empezando ahora la tercera de estas fases en las que empiezan a analizarse los efectos que está generando la norma.
Aunque todos los expertos coinciden en que es pronto para hacer una
evaluación significativa de esta ley laboral, y en qué haría falta un mayor
esfuerzo de transparencia por parte del Gobierno para facilitar más datos que
permitieran análisis más determinantes, el Observatorio del mercado de trabajo
que elaboran desde el Instituto EY-Sagardoy, Fedea y BBVA Resarch, presentó
ayer un primer y exhaustivo balance de cómo está funcionando la reforma que
entró en vigor en enero.
Esta evaluación apunta a que tras nueve meses de aplicación de la norma
–seis meses desde su entrada plena en vigor– los efectos de la reforma luces y
sombras, pero, sobre todo, dejan algunas alertas sobre las que estar atentos.
Una de ellas llega, precisamente, de la mano de la reactivación de la economía.
Según este informe, “la recuperación del empleo podría estar tocando ya techo
–sobre todo por el lado de la contratación indefinida– sin haber superado con
claridad el nivel previo a la pandemia”.
El responsable de análisis económico de BBVA Research, Rafael Doménech,
consideró ayer que los datos de afiliación que se conocen del tercer trimestre
“anticipan cierta desaceleración de los cotizantes, que es consistente con otros
indicadores como el PIB”, que esta organización prevé que entre julio y
septiembre baje dos décimas respecto al trimestre anterior, al tiempo que el
empleo aumente apenas una décima en este periodo. Así, mostró su preocupación
por que este agotamiento llegue cuando solo el número de ocupados ha recuperado
los niveles previos a la pandemia, pero no lo han hecho ni las horas efectivas
trabajadas ni los puestos de trabajo equivalentes a jornada completa.
Otra de estas alarmas surge paradójicamente de la mejora del desempleo.
Estos expertos explican que el descenso de la tasa de paro al 12,5% en el
segundo trimestre (la menor desde 2008) no obedece exclusivamente a la mejora
de la ocupación, sino también a la “atonía de la población activa, afectada por
una evolución decepcionante de la tasa de participación”. Esto significa que al
haber menos gente en disposición de trabajar, una menor creación de empleo
recorta más la tasa de paro.
Es más, esta no es la única faceta negativa de la bajada del desempleo.
Según destacan, el paro bajó especialmente entre aquellos que perdieron su
empleo hace menos tiempo, mientras que los parados de larga duración siguieron
creciendo y ya son casi la mitad del total (48,6%).
Estos académicos ponen en relación este recorte del desempleo con la
tasa de vacantes (empleos que según los empresarios se quedan sin cubrir, según
la encuesta trimestral de coste laboral). Dicha tasa habría vuelto a subir en
el segundo y tercer trimestre hasta el entorno de las 140.000. Ambos
indicadores reflejan un mercado laboral más tensionado porque existen más
vacantes que la media española en el tiempo y un paro también por debajo de esa
media temporal, lo que significa que cada vez hay más dificultades de
emparejamiento para cubrir las crecientes vacantes con la mano de obra que se
necesita.
Esta tensión en el mercado y, sobre todo, este creciente nivel de
vacantes, “es preocupante en una economía que aún no ha recuperado la actividad
y las horas trabajadas previas a la pandemia. Se trata de desajustes que llegan
antes de una recuperación plena”, advirtió ayer Doménech.
Efecto
sustitución de temporales por fijos discontinuos
En este punto llegaría la tercera de las alarmas, precedida, sin
embargo, de un dato muy positivo: el máximo histórico de contratos indefinidos
–se han registrado 3,3 veces más que entre enero y agosto de 2021– y una
reducción sin precedentes –del 39%– de la contratación temporal durante los
primeros ocho meses de aplicación de la reforma laboral. Esto ha dado la vuelta
a las nuevas contrataciones que llegaron a ser indefinidas en un 48% frente a
la media del 9% que habían sido hasta ahora. Además, la tasa de temporalidad
del stock de trabajadores ha descendido cuatro puntos en el segundo trimestre,
hasta el entorno del 20% (y aún más baja en el sector privado).
No obstante, la alarma salta con el aumento en las tasas de afiliación
de los nuevos trabajadores indefinidos. Esto es, aumentan las finalizaciones de
los contratos fijos. La causa principal es el “efecto sustitución” que se está
produciendo en los antiguos contratos temporales que ahora pasan a ser fijos
discontinuos (considerados indefinidos, pero que causan baja de afiliación en
los procesos de inactividad). Así, podría decirse que estas bajas contaminan las
bajas de todas las de la contratación indefinida.
Si bien estos expertos han detectado que este aumento de las bajas
entre los fijos no obedece solo a los periodos de inactividad de los fijos
discontinuos, sino también al fuerte crecimiento del aumento de las bajas por
dimisión o abandono voluntario, así como por no superar el periodo de prueba (ver
gráfico). Aunque en este último caso, aumentan fundamentalmente por el
incremento de la contratación fija.
Dicho esto, los autores de este trabajo apelaron a la necesidad de hacer estudios más pormenorizados que muestren realmente las bondades cualitativas de, por ejemplo, el éxito de los fijos discontinuos, averiguando la renta anual de estos empleados; o analizando la duración real de los nuevos contratos indefinidos ordinarios, algo que se verá en tres o cuatro años con la muestra continua de vidas laborales (MCVL).