“Debemos tener en cuenta que las empresas somos todos. El propio Estado se puede entender como una empresa de servicios”, resume Miguel Ángel Escotet, director general de Responsabilidad Social Corporativa y Comunicación de Abanca. El ejecutivo fue uno de los participantes en un desayuno de trabajo organizado por CincoDías y Abanca en el Museo Thyssen centrado en el valor de la responsabilidad social y los retos a los que se enfrenta esta herramienta.
“La población española se encuentra en un momento de efervescencia. Ha aumentado el nivel de exigencia de la ciudadanía sobre los políticos, pero no ha sucedido lo mismo a nivel empresarial”, opina Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia. La responsabilidad social, opina la profesora Cortina, debe ser un juego de suma positiva, nunca de suma cero. Desde su punto de vista, hay varios motivos por los que este asunto interesa tanto a compañías como a ciudadanía. “Permite gestionar el riesgo de las empresas, fortalece su identidad con los valores que promueve, ahorra costes de coordinación, aporta reputación que genera confianza y aumenta la competitividad y visibilidad de la organización”, resume.
Las conductas socialmente responsables, además de ser innovadoras, pueden hacer que una empresa pase a ser considerada un bien público. Juan José Almagro, vicepresidente del comité español de Unicef, considera que el impacto de la RSE sirve también “para dar respuesta desde las compañías a la desigualdad y la corrupción”, dos de las consecuencias que ha traído consigo la crisis económica. “¿Qué es la responsabilidad social si no somos capaces de gestionar la avalancha de refugiados sirios?”, se pregunta. “Avanzar en el desarrollo sostenible es uno de los retos del siglo XXI”.
Para Evelio Acevedo, director gerente de la Fundación Museo Thyssen-Bornemisza, la aproximación que ha adoptado la UE a la responsabilidad social es contraproducente, porque implica obligatoriedad. “La RSE se debería integrar como una práctica más de gestión. Si se convierte en una imposición se puede confundir con otras obligaciones, como las fiscales”.
Tampoco debería confundirse la RSE, que no deja de ser una herramienta de gestión, con otras cosas. “No es altruismo o filantropía. La innovación social es una de las grandes soluciones que podemos aportar a través de la colaboración entre instituciones públicas y organizaciones privadas”.
Es importante también, cree Escotet, que las compañías compitan en materia de responsabilidad contra sí mismas, y no entre ellas. “La práctica de la RSE se debe notar también dentro de la propia empresa, no solo de puertas afuera”, destaca. En este sentido, la formación dentro de las organizaciones se antoja fundamental para lograr asentar la cultura de la responsabilidad.
La RSE se tiene que entender como un concepto transversal. “Debería aplicarse en todas las facetas de la empresa: desde la política de respeto del medio ambiente hasta la gestión de los recursos humanos”, añade Acevedo. Aunque la realidad es que en muchas compañías no se da esta transversalidad.
Uno de los desafíos a los que hace frente la RSE es el descrédito que ha sufrido a raíz de las malas decisiones tomadas durante la crisis. “La gente se pregunta por qué las empresas elaboran grandes memorias de responsabilidad social si se ha visto que ni ellas mismas se creían lo que decían”, sostiene la profesora Cortina.
Otro elemento fundamental a tener en cuenta, subraya Almagro, es la transparencia en la gestión de las organizaciones, “algo imprescindible cuando hay dinero público de por medio”.
La responsabilidad social es un valor intangible, pero nunca se puede subestimar su peso en las cuentas de resultados. “El valor de la RSE se puede hacer totalmente tangible cuando una mala decisión se deja notar en la cotización de la compañía”, añadió Acevedo, poniendo como ejemplo lo sucedido en las últimas fechas con el grupo Volkswagen.
Una nueva etapa política De cara al nuevo escenario político que abre las elecciones del 20D, la profesora Cortina opina que “sería importante que la responsabilidad social venga exigida por el sector público”. Para ello haría falta un desarrollo pleno del Consejo Estatal de la Responsabilidad Social de las Empresas (Cerse), un órgano ya existente pero hasta ahora poco operativo. Así lo cree también Almagro, que ha formado parte del consejo. “Debemos ser capaces de revitalizarlo y de que de su actividad se deriven normas”.
Acevedo opina que se debe liderar con el ejemplo, especialmente en un tema como el de las responsabilidad social corporativa. “Espero de los políticos que su conducta sea ejemplar. Lo mismo debe suceder en las empresas: si los trabajadores no tienen un ejemplo en sus superiores, nunca creerán en la RSE”.
Ni buen gobierno ni filantropía ¿De qué hablamos cuando nos referimos a la responsabilidad social corporativa? Según la Comisión Europea, se trata literalmente de “la responsabilidad de las empresas por sus impactos en la sociedad”.
Este concepto ha evolucionado mucho en los últimos 15 años. Tal y como recuerda Juan José Almagro, en Reino Unido la responsabilidad social es confundida con el buen gobierno, término que alude a prácticas de gestión tales como la transparencia.
En América Latina, en cambio, se suele asociar con acciones sociales, tales como poner en marcha guarderías que den cobertura a población con riesgo de exclusión o a potabilizar agua allí donde las infraestructuras hídricas estén menos desarrolladas.
“La responsabilidad social no consiste ni en ceñirse a la legalidad ni en ser filántropo”, destaca la catedrática Adela Cortina. “La responsabilidad social quiere decir que la empresa, que nace de la sociedad, le debe devolver a esta parte de lo que ha recibido”.
Según la UE, ilustra la profesora de la Universidad de Valencia, eso consiste en hacer el triple balance económico, social y medioambiental de las actuaciones de las compañías. “Eso incluye ver cómo se organiza el gobierno corporativa, cómo se trata a los trabajadores, a los proveedores, a los clientes... La idea es que no salga ganando solo el accionista: hay que tener en cuenta a todos los que intervienen”.
La RSE es una obligación para las grandes empresas, y cada vez más organizaciones de tamaño medio y pequeño están desarrollando sus propias políticas de responsabilidad. Esta revolución no tiene marcha atrás.